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martes, 1 de noviembre de 2011

El mundo grecolatino de ultratumba (2)


Para los griegos era un deber ineludible enterrar a los muertos, ya que las almas de los que no recibían sepultura ni rito funerario alguno estaban condenadas a vagar eternamente y a perseguir a sus parientes por haber descuidado el cumplimiento de los preceptos religiosos con los difuntos. Sin embargo, esta norma no se respetaba con los ladrones de templos, con los suicidas ni con los delincuentes ajusticiados.
El entierro de los difuntos era uno de los pilares fundamentales de las creencias familiares, ya que los espíritus de los antepasados eran una especie de divinidades a las que se debía rendir culto de forma periódica. Aunque en los poemas homéricos se nos habla de incineración (cf. Patroclo), normalmente los griegos practicaban la inhumación, si bien es cierto que en ocasiones se dan las dos prácticas.
Los ritos funerarios podían ser caros y complejos cuando se trataba de ciudadanos ricos, o modestos y sencillos si se trataba de gente pobre, pero en ambos casos su finalidad era exactamente la misma: asegurar al alma del difunto su tránsito a la otra vida. Según la mitología, Hermes (Mercurio entre los romanos),el dios mensajero, era quien llevaba el alma hasta la orilla de la laguna Estigia, que marcaba la frontera entre el mundo de los vivos y el de los muertos, y era Caronte, el barquero, quien la cruzaba hasta el Hades.

Ánfora geométrica con escena funeraria, Atenas.
Los propios familiares del difunto eran quienes oficiaban las ceremonias fúnebres. Normalmente eran las mujeres de la casa quienes se encargaban de la tarea de preparar el cadáver: lo lavaban, lo ungían y luego lo envolvían en la mortaja.
Una vez dispuesto, el cadáver se colocaba sobre una cama -a esta costumbre llamaban los griegos "prothesis" (πρόθεσις), solía durar un sólo día. A continuación se llevaba el cadáver a la tumba en una carreta o sobre unas andas, sus familiares y amigos seguían la comitiva.  En el cementerio, situado generalmente al lado de los caminos que llevaban a las ciudades, el cuerpo podía ser inhumado o quemado en una pira. En este caso, las cenizas eran recogidas por un hijo o familiar y después se guardaban en una urna. Cuando el cadáver era inhumado, el cuerpo se depositaba en un sarcófago de cerámica o de madera, o simplemente se enterraba sin sarcófago, sobre un lecho de hojas. Al lado del cuerpo del difunto se dejaba una cantidad considerable de cerámica y parte del ajuar que había pertenecido en vida al finado, para que pudiese continuar disfrutando de sus cosas después de muerto. 

Ajuares micénicos. Museo Arq. Nac. de Atenas

A continuación se ofrecían libaciones. Las tumbas eran recubiertas por un túmulo de tierra sobre el que solía ponerse uno de los siguientes monumentos: una estela, una columna, un vaso, etc. Los ricos levantaban en memoria de sus difuntos monumentos más suntuosos en forma de pequeños templos, con una inscripción que recordaba al difunto.
Estelas funerarias. Mus. Arq. Nacional de Atenas

Lécitos del Museo Arq. Nacional de Atenas
En muchos de los museos que conservan cerámica griega, puede verse un tipo de vasos, llamados lécitos, que, en un principio, servían para contener ungüentos y perfumes de todas clases. Estas lécitos, muchas con fondo de color blanco,  adoptaron una función exclusivamente funeraria. Las figuras en ellas representadas son también de carácter funerario: el muerto presentándose cerca de su tumba, simbolizada habitualmente por una columna, o despidiéndose melancólicamente de otra persona, o bien dos mujeres adornando una tumba con ofrendas funerarias.

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