Los romanos
Ni los griegos ni los romanos tenían una idea clara y uniforme sobre la otra vida, más allá de la de que las almas de los muertos necesitaban de las plegarias de los vivos. Los ritos fúnebres eran necesarios para canalizar el dolor y el sentimiento de pérdida.
La mortaja para un ciudadano romano solía ser la toga. Tanto en Roma como en Grecia ( en el último período) se ponía una moneda en la boca para pagar a Caronte.
La exposición del cadáver tras la defunción (collocare) podía durar hasta siete días. Al igual que en Grecia coincidieron en el tiempo la inhumación y la incineración, si bien a partir del I d.C. se generalizó la inhumación. Generalmente la inhumación era para la gente pobre y los esclavos, mientras que la incineración estaba reservada para los nobles y rícos, especialmente tras la recomendación de Sila al haber sido ultrajado el cadáver de Mario.
La gente con menos dinero podía sufragar su entierro mediante los "collegia", con cantidades mensuales, esto era habitual entre los gladiadores.
La gente con menos dinero podía sufragar su entierro mediante los "collegia", con cantidades mensuales, esto era habitual entre los gladiadores.
En la puerta de la casa se colocaban ramas de abeto o ciprés para avisar a los viandantes de la presencia de un muerto en el interior. Como señal de duelo evitaban encender fuego en la casa. De alguna manera se consideraba que estaban contaminados.
El ritual de un entierro
Funus es el término que se da para el conjunto de ritos que evitan que el alma del muerto vague por la tierra. El entierro de un romano de elevada condición económica y social se caracterizaba por la solemnidad del ritual. Originariamente se hacía de noche ( hasta finales del s. I). Delante de la comitiva fúnebre (pompa) iban los esclavos tocando flautas y trompetas, los portadores de antorchas, las plañideras profesionales y los mimos. Si el fallecido era ilustre su cortejo pasaba por el foro, donde un familiar cercano pronunciaba una oración fúnebre.
Las tumbas se situaban a lo largo de las vías que se aproximaban a la ciudad, como marcaba la ley (extra muros).
Si se incineraba el cadáver, se le cortaba antes un dedo (os resectum) y se arrojaban tres puñados de tierra que simbolizaban su enterramiento. Los parientes y amigos ofrendaban alimentos, aceites y todo tipo de objetos. Se encendía la pira con las antorchas llevadas en el cortejo fúnebre. El rito concluía vertiendo agua y vino sobre la pira.
Una vez terminada la cremación, los huesos eran recogidos y se depositaban en una urna. La urna cineraria tenía que ser un recipiente nuevo, específico para ese fin, daba igual la forma o el material. Dichas urnas se podían depositar en columbarios, criptas excavadas o construidas en piedra.
Si se inhumaba el cadáver, sus restos descansaban en todo tipo de tumbas. Las más modestas eran las fosas comunes, las más ricas mausoleos que recordaban a templos. Antes de darle sepultura se había consagrado mediante el sacrificio de una cerda. El espacio del enterramiento (sepulchrum) adquiría el carácter de lugar sagrado. Las tumbas podían ser individuales o colectivas.
Tras la ceremonia funeral se realizaba un acto de purificación con agua para las personas que habían estado en contacto con el cadáver y a las que habían asistido al funeral. Al día siguiente se celebraba un banquete en honor al muerto que se repetía en los aniversarios para conmemorar al difunto. Los deudos visitaban las tumbas depositando flores y distintos manjares, y se pedía a los antepasados guía y consejos.
Las ofrendas de comida: pan, vino, frutas, uva, pasteles, etc. y flores como violetas y rosas eran habituales y se hacían llegar al difunto a través de un conducto u orificio situado en la cubierta de la tumba, el tubo de libaciones. Estos actos eran realizados por la familia el día de cumpleaños del difunto. Los difuntos eran honrados de forma general los días de Parentalia, que tenían lugar entre los días 13 y 21 de febrero. Otras fiestas dedicadas a los difuntos y más antiguas fueron las Lemurias, celebradas el 9, 11 y 13 de mayo.
La familia romana era el núcleo de la sociedad, y cuando fallecía uno de sus miembros pasaba a formar parte de los antepasados a los que había que rendir culto manteniendo vivo el fuego del hogar. Ya era uno de los protectores de la familia, los Manes, que recibían culto.
La parte visible de la tumba habitualmente tenía una inscripción o epitafio. Las principales fórmulas eran:
• D.M.S. (Diis Manibus Sacrum): Consagrado a los Dioses Manes
• H.S.E. (Hic Situs Est): Aquí está enterrado
• S.T.T.L. (Sit Tibi Terra Levis): Que la tierra te sea leve.
No solía figurar el día de la muerte, se indicaba la edad del difunto, el nombre o la familia a la que pertenecía y finalmente se inscribían unas palabras afectuosas para con el difunto: queridísimo, benemérito, etc.
Funus es el término que se da para el conjunto de ritos que evitan que el alma del muerto vague por la tierra. El entierro de un romano de elevada condición económica y social se caracterizaba por la solemnidad del ritual. Originariamente se hacía de noche ( hasta finales del s. I). Delante de la comitiva fúnebre (pompa) iban los esclavos tocando flautas y trompetas, los portadores de antorchas, las plañideras profesionales y los mimos. Si el fallecido era ilustre su cortejo pasaba por el foro, donde un familiar cercano pronunciaba una oración fúnebre.
Las tumbas se situaban a lo largo de las vías que se aproximaban a la ciudad, como marcaba la ley (extra muros).
Tumba de Cecilia Metela, via Appia, Roma |
Si se incineraba el cadáver, se le cortaba antes un dedo (os resectum) y se arrojaban tres puñados de tierra que simbolizaban su enterramiento. Los parientes y amigos ofrendaban alimentos, aceites y todo tipo de objetos. Se encendía la pira con las antorchas llevadas en el cortejo fúnebre. El rito concluía vertiendo agua y vino sobre la pira.
Una vez terminada la cremación, los huesos eran recogidos y se depositaban en una urna. La urna cineraria tenía que ser un recipiente nuevo, específico para ese fin, daba igual la forma o el material. Dichas urnas se podían depositar en columbarios, criptas excavadas o construidas en piedra.
urna funeraria |
Si se inhumaba el cadáver, sus restos descansaban en todo tipo de tumbas. Las más modestas eran las fosas comunes, las más ricas mausoleos que recordaban a templos. Antes de darle sepultura se había consagrado mediante el sacrificio de una cerda. El espacio del enterramiento (sepulchrum) adquiría el carácter de lugar sagrado. Las tumbas podían ser individuales o colectivas.
Tras la ceremonia funeral se realizaba un acto de purificación con agua para las personas que habían estado en contacto con el cadáver y a las que habían asistido al funeral. Al día siguiente se celebraba un banquete en honor al muerto que se repetía en los aniversarios para conmemorar al difunto. Los deudos visitaban las tumbas depositando flores y distintos manjares, y se pedía a los antepasados guía y consejos.
Las ofrendas de comida: pan, vino, frutas, uva, pasteles, etc. y flores como violetas y rosas eran habituales y se hacían llegar al difunto a través de un conducto u orificio situado en la cubierta de la tumba, el tubo de libaciones. Estos actos eran realizados por la familia el día de cumpleaños del difunto. Los difuntos eran honrados de forma general los días de Parentalia, que tenían lugar entre los días 13 y 21 de febrero. Otras fiestas dedicadas a los difuntos y más antiguas fueron las Lemurias, celebradas el 9, 11 y 13 de mayo.
La familia romana era el núcleo de la sociedad, y cuando fallecía uno de sus miembros pasaba a formar parte de los antepasados a los que había que rendir culto manteniendo vivo el fuego del hogar. Ya era uno de los protectores de la familia, los Manes, que recibían culto.
La parte visible de la tumba habitualmente tenía una inscripción o epitafio. Las principales fórmulas eran:
• D.M.S. (Diis Manibus Sacrum): Consagrado a los Dioses Manes
• H.S.E. (Hic Situs Est): Aquí está enterrado
• S.T.T.L. (Sit Tibi Terra Levis): Que la tierra te sea leve.
No solía figurar el día de la muerte, se indicaba la edad del difunto, el nombre o la familia a la que pertenecía y finalmente se inscribían unas palabras afectuosas para con el difunto: queridísimo, benemérito, etc.
Sarcófago de piedra. Museos Vaticanos |
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