Llevamos dos meses de confinamiento por causa de una pandemia atroz. Han sido muchos los que han relacionado la actual situación con algunas otras del mundo antiguo, ya sea la que describe Tucídides en su Historia de la Guerra del Peloponeso o los datos que tenemos sobre la peste antonina. No voy a repetirme.
Tampoco hablaré de la etimología de la palabra pandemia, puritito griego.
La situación ha sido, y aún es, propia de una película de ficción. De hecho una serie que había visto antes de empezar esto en España, Years and years, describía una situación semejante, en que la economía deja de ser aquello que conocimos y gente, hasta cierto punto acomodada, pasan a ser poco menos que parias.
No voy a darme de lista, de capitán a posteriori, como ahora algunos medios dicen, de que esto se veía venir y que no se tomaron las decisiones gubernamentales a tiempo o que se aprovechan de una situación sanitaria terrible para privarnos de nuestras libertades y que el gobierno debe dimitir. Si que es cierto que cuando contacté con amigos italianos a mediados de febrero supuse que pasaría lo mismo en España. Así fue.
Ahora mismo España supera los 27.000 muertos y, aunque el número diario de muertos ha decrecido, sigue habiéndolos. La enfermedad, llamada COVID-19, ha afectado muy especialmente a los ancianos. Su nivel de letalidad es muy superior al del resto de las franjas de edad. A algunos dirigentes políticos les parece que es más importante salvar la economía que salvar a los ancianos.
A estas alturas tras dos meses de confinamiento, se empieza, dependiendo de las zonas, a volver a la actividad económica. Pero seguimos sin vacuna ( y mucho que tardará) y algunos descerebrados ya salen a la calle como si todo hubiera acabado.
Mientras tanto la mayoría de profesores y alumnos hemos intentado seguir adelante con nuestros medios. Ha habido muchos días de desánimo. En la mayoría de los casos hemos dado lo mejor de nosotros mismos. Personalmente he hecho jornadas de trabajo excesivas, especialmente cuando todo empezó y estábamos intentando organizarnos sin unas directrices claras. Creo que la inmensa mayoría del profesorado y del alumnado preferiría volver a clase, pero no a cualquier precio.
En el caso de la Comunidad de Madrid se nos dice que tenemos que volver antes del final del presente curso, voluntariamente para el alumnado y obligatoriamente para el profesorado, que a la vez seguirá atendiendo telemáticamente a los alumnos que no puedan o quieran ir al centro. Se ve que además de omniscentes somos omnipresentes.
No quiero jugarme mi salud ni la de mis familiares. Pero si que agradecería que tantos directores generales y consejeros que hay del ramo empezaran por darnos medios de prevención y de trabajo para poder acometer este reto y, sobre todo, que empezaran a planificar el próximo curso y los cambios que necesariamente tendremos que dar a la docencia.
Nada volverá a ser como lo hemos conocido. Y muchos de nosotros ni tan siquiera podremos contarlo.
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