Es evidente que los sentimientos de la mujer se tenían poco en cuenta. Los matrimonios eran fruto de una concertación paterna y, aunque no puede descartarse el hecho de que algunos jóvenes enamorados llegasen a casarse con el beneplácito de las respectivas familias, lo normal era que las mujeres aceptasen al marido elegido por sus padres.
Los hombres se casaban ante todo para tener hijos varones, al menos uno que perpetúe la raza y que garantice a su padre el culto que él mismo ha celebrado para sus antepasados.
Figura femenina de terracota. Museo de Corinto |
La exposición de los recién nacidos, mayoritariamente de niñas, era un uso que las leyes consentían y la conciencia social aceptaba sin problemas y que continuó practicándose incluso en época helenística. Las niñas no recibían una educación formal en la escuela y lo poco que pudieran aprender a leer lo aprendían en casa. Las niñas jugaban con muñecas, confeccionadas con arcilla cocida y sencillos sistemas de articulación de forma que podían sentarse y mover la cabeza.
Muñeca. Museo Arqueológico de Atenas |
Sin embargo, muy pronto, comenzaba su adiestramiento como futura ama de casa, por lo que se les enseñaba a hilar, a tejer, a bordar y a realizar las tareas domésticas. A partir de esa etapa de su vida su única distracción era hacer este tipo de labores charlando en el umbral de la casa o en los patios interiores de la casa. Tal vez, el momento de mayor esparcimiento era el de ir a la fuente, con la hidria.
En realidad, la infancia femenina era muy corta, ya que antes de los quince años una joven ateniense podía ser dada en matrimonio, generalmente con un hombre entre los 25 y los 30. A esa edad si era avispada y había recibido una buena educación por parte de la madre ya podía realizar todas las tareas de la casa o vigilar a las esclavas en el caso de tener una posición desahogada.
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