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jueves, 28 de abril de 2011

La religión romana (2)

El culto privado

En el atrio de la casa había una capilla o una simple hornacina practicada en la pared con un altar, donde eran venerados, junto a la diosa Vesta, los espíritus protectores del hogar y del fuego. Eran los lares familiares, representados por medio de estatuillas o pinturas murales, a los que se daba culto especial en los días festivos, y a quienes en todas las comidas diarias se hacían ofrendas. La capillita se llamaba lararium (véase la casa romana). 

Larario

Al final de cada comida había que dejar algo en la mesa para ellos y para los demás protectores divinos de la familia. Cualquier celebración familiar empezaba por las ofrendas de perfumes y guirnaldas de flores a estas divinidades.
También había en los límites de los campos cultivados pequeñas capillas dedicadas a los lares, que velaban por la prosperidad de la hacienda y que al igual que el resto de los dioses exigían culto y ofrendas.
La familia romana rendía culto también en sus casas a los penates, dioses protectores de la despensa y de la casa en general. Pero con el tiempo, a la tríada protectora de la casa compuesta por Vesta, los lares y los penates se la designó con el nombre común de lares familiares.
Pero no se agota aquí el culto doméstico. Los manes eran los espíritus de los antepasados muertos, a los que invocaban para captar su benevolencia, estaba muy arraigada la creencia de que si no había alguien que se acordase de ellos e hiciese ofrendas en sus tumbas y las cuidase, sus almas andarían errantes y sin sosiego hasta llegar a convertirse en espíritus de influencia nociva. Para evitar este mal, una vez al año, en las fiestas funerarias, ofrecían en sus tumbas alimentos y bebidas, flores y obsequios, al margen de la oración diaria de la familia y del recuerdo que representaban las mascarillas de cera de los difuntos que colgaban de las paredes de la casa: otras veces eran imágenes completas.
De esa manera aparecen representadas las imágenes de los difuntos en el capítulo tres de la serie Roma

Cuando alguien moría, al entierro iban sus manes, es decir, sus antepasados, representados por maniquíes voluntarios con las máscaras de cera que los identificaban.
En el culto doméstico el paterfamilias era el sacerdote. Dirigía las ofrendas y pronunciaba la oración que debía ir acompañada de los gestos prescritos para que fuese válida y produjese los efectos deseados. No debía faltar ni una sola palabra, y tenían que ser pronunciadas con voz clara, de lo contrario se interrumpía la ceremonia y se empezaba de nuevo.

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